Este es el título de mi nuevo... ¿Relato?
Después de llevar meses escribiéndolo (4.418 palabras, según Feedbooks), debo de reconocer que ha sido una tarea complicada. He pasado semanas enteras delante del ordenador y volviendo al papel, completamente en blanco. Y de pronto, tardes completas escribiendo docenas de páginas, hasta llegar a una historia de 130 páginas de completo absurdo. El resultado de todo esto es abstracto y escueto(cada vez me importa menos la estructura, el sentido). "El Amor de las Abejas" debería haber sido una novela. Quizá para publicar. Pero ya poco me importa el mercado editorial. El caso es que no sé cómo me las apaño pero una historia que podía haber estirado muchísimo, ha acabado siendo, para variar, una historia ridículamente pequeña.
¿Por qué me pasa esto? Es una enfermedad. ¡Soy un asesino! Me gusta eliminar de golpe y porrazo párrafos enteros (Ya me sucedió con "Los Fragmentos de Olivia"). Y que los capítulos sean pequeños y directos (o abstractos y ridículos). Qué importa, este es el resultado: La relación de una familia rota en un contexto de confusión y completo caos (la desaparición de las abejas, la quiebra de bancos, la manipulación de los alimentos...)
Sólo he intentado dibujar y reducir un texto a lo esencial: La esperanza que late dentro de nosotros. Eso que nos empuja hacia adelante.
Esta es la portada:
Aquí os dejo el primer capítulo, si os gusta, al acabar el texto está el enlace para continuar leyéndolo online en Scribd. Y el enlace para descargarlo en Feedbooks para tu móvil o tableta (Aldiko, Epub, Kindle, etc...)
Un cumulonimbo de hormigas.
Grietas en la colmena.
Jamás miraré una nube con los mismos ojos. ¡Jamás! La vida nada por ellas. Eso leí hace un par de días en un artículo, en un estudio científico de esos. Donde antes sólo se creía que había partículas de polvo, hoy, ¡hay vida!
Hallan vida en una nube
¿Lo imaginas? Releo el titular y miro el cielo estupefacto, boquiabierto. Veo una nubecilla blanca, la única, inhibida por el esplendor del cielo azul. Habrá tormenta. Sí. Y un pensamiento lleva cosido otro y, a pesar de que hoy es un día tristísimo, la idea de la vida danzando en las nubes me hace, de alguna forma, reír. ¿Por qué? Oh… ¿es que no recuerdas el día que llovieron hormigas? Ese día habíamos empezado a construir la colmena.
Viniste corriendo con varias bolas de granizo recogidas en un cubo de plástico amarillo. Dentro de ellas, congeladas, estaban las hormigas. No te tomé en serio, creí que, no sé de qué manera, ¡las metiste tú! Al fin y al cabo eras un niño lleno de imaginación, buscando captar mi atención a todas horas. Aunque minutos más tarde, en el jardín, vi que tenías razón. Había hormigas congeladas en cientos de bolas del tamaño de una pelota de golf.
Nunca más supimos de eso. Preferimos imaginar en lugar de razonar.
Tú, que había hormigueros en las nubes.
Yo, que una tormenta sopló con tal violencia en el suelo que elevó miles de hormigas a lo alto que fueron absorbidas por un enorme cumulonimbo y, las pobres criaturas, una vez dentro, se congelaron, convirtiéndose en granizo en un baile.
¡Como quisiera quedarme en la magia del pasado!
Nunca hubiera imaginado que el último trecho de mi existencia lo acabaría en esta casita, en la más absoluta soledad, cuidando de las abejas que tuviste que abandonar, acompañado del fantasma de tu madre. Comiendo de un huerto para sobrevivir. Bebiendo de un pozo.
Cómo explicártelo. ¡Cómo! Es tal el odio… un odio punzante que siento enraizar en el pecho, retorcerse, estremecerse y dañarme. Fueron tus abejas las que, durante todos estos años, nos maravillaron, distrajeron, HECHIZARON. Y hoy no hay rastro de ellas. Por eso hoy es un día tristísimo.
Todas, absolutamente todas, se han marchado.
No sé dónde estarán.
No hay nada en la colmena. Ni en los alrededores.
¡Ni siquiera un cadáver!
El hechizo ha desaparecido. Sin abejas, oh, ¡dónde están nuestras abejas!
El eco de un trueno resuena en la colmena. La nubecilla se ha alimentado de hormigas y es un gran cumulonimbo. Va a llover en breve. Ojalá granice. Esperaré ansioso. Me recojo en mí mismo. Es hora de desabrocharse el corazón.
Quizá lluevan abejas.
Quizá.
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